miércoles, 28 de enero de 2015

"Ángel Guardián" Capitulo 2

Esta semana os traemos el segundo capítulo del libro de Sonia Pozo “Ángel Guardián” ¿Qué os parece? ¿Os está gustando??

Os recuerdo que mañana es el último día para votar en el concurso al que se ha presentado con su primera novela. ¡Todos a votar! ¡Ánimo!

CAPITULO 2

Sin darme cuenta, me encuentro reflexionando. ¿Por qué Mer no podría hablar conmigo? Los Aspirantes nunca hemos sido problemáticos. Al menos, no demasiado.

 
Veo mi reflejo distorsionado en las paredes de cristal. Me sorprende encontrar notables ojeras que no había observado tener antes. El pelo negro ondulado y siempre encrespado, a pesar de los constantes cepillados. Ojos con iris indistinguibles de las pupilas, como túneles nocturnos. Sobre la superficie de cristal mi piel tiene un aspecto aún más desvaído que de costumbre, fruto de la escasez de sol durante varios años. Apenas unas horas a la semana es permitido en el reglamento.
No soy muy alta, pero en el Refugio ha sido demostrado que eso no importa. En una pelea suelo tener mayor velocidad que la mayoría de mis rivales, lo que a veces puede marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.
Nunca me ha gustado coger cariño a las cosas, sobre todo después del accidente de mis padres. Me cuesta confiar en la gente, pero aquí he encontrado amigas en las que sí puedo confiar. Ellas son especiales para mí. Son lo único que me queda. Y ahora quizá no las vuelva a ver. Solo una de mis tres amigas está aquí, conmigo, posiblemente en otra sala idéntica a la que he estado hace solo unos pocos minutos. Mis únicos parientes vivos eran mis padres y mi hermano pequeño, pero murieron todos en el incendio. No sé como logré sobrevivir. Debería estar muerta, con ellos. Si hubiera estado muerta, no estaría aquí. Quizá sería mejor que estuviese muerta.
Llego a la puerta que me separa del resto del mundo. Vuelvo la mirada atrás, hacia las decenas de puertas idénticas que llenan el estrecho pasillo. De vez en cuando oigo pasos procedentes de las habitaciones a los lados, un grito, un gemido. No soy la única que lo ha pasado mal ahí dentro. Tampoco creo que sea la primera en salir de ahí, pero tampoco la última.
Sacudo la cabeza bruscamente, como para deshacerme de esas ideas, y atravieso la puerta rápidamente. Me gustaría enterrar en lo más profundo de mí lo que ha pasado allí dentro, enterrarlo como si fuera un recuerdo olvidado, un mal sueño.
Pensaba que volvería a la misma sala de partida de antes, la habitación por la que he entrado está mañana, dispuesta a pasar dos semanas, —difíciles y duras, eso no puede cambiarse por ningún medio— y a sobrevivir a ellas como sea posible. Pero esta parte del recinto no es así. Estoy en una sala más normal que las anteriores en las que he estado. Paredes altas y suelo de piedra antigua. Mucho mejor.
En aquella amplia habitación están sentados ya cinco chicos y siete chicas. En una esquina, junto a una pequeña pizarra colgada en la pared, esta Marcus. Me da un lado de la cara, y veo su marcada cicatriz, de un color algo más pálido que el resto de su rostro. Es aún más horrible de cerca.
En la pizarra están escritos veintitrés de nuestros nombres. Ignoro por qué faltan dos. Ahora tengo algo más importante en lo que pensar.
Veo a mi única amiga de este grupo de personas sola, sentada en un rincón,  con las piernas cruzadas, y las manos abrazándose a sí misma. Voy hacia ella y le toco suavemente el hombro.
Ella se sobresalta y aparta de un manotazo mi mano antes de ser capaz de reconocerme, antes de darse cuenta de que soy yo.
—Mitchie— digo— ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Ella se aparta las manos de la cara y me mira. Tiene los ojos grises totalmente contraídos. Casi no se le ve el negro de los ojos. Parece aterrorizada. ¿Mitchie? ¿Aterrorizada? Ella siempre ha sido la más valiente de las cinco.
—Frío— susurra— Tengo… frío.
La miro alarmada y le cojo una mano, al tiempo que tomo su temperatura con el dorso de la mano. Está congelada. Me quito la chaqueta y se la pongo. Ella tiene los ojos vidriosos, y no responde. La piel de su cuerpo tiene un extraño color translúcido. Me pongo de pie.
—¿Qué le habéis hecho?— exijo saber a gritos a Marcus.
Él la mira sin cambiar la expresión dura del rostro.
—Probablemente no le hayan extraído correctamente todo el líquido de prueba— dice, observándola con fingido interés.
—¿Se le pasará?— pregunto, inquieta.
Marcus abre la boca para contestar, pero de repente ladea la cabeza y se lleva la mano al oído. Me doy cuenta de que tiene una especie de auricular.
—Está bien— murmura para sí mismo.
Le veo coger un borrador de pizarra y borrar el nombre de Ellie Darksky. ¿Qué significa eso? ¿Ellie ha muerto? No. No puede ser eso. Seguro que no.
Marcus se quita el auricular del oído y se vuelve a dirigir a mí.
—Se le pasará en una o dos horas, en el mejor de los casos. En el peor, es probable que muera— dice, como quién anuncia el tiempo que hace fuera.
—¿Qué? — estoy gritando pero no me importa— ¡Esto es culpa vuestra! ¡Dale algo! ¡Dale medicina!
Él me lanza una mirada divertida y saca del bolsillo una pequeña cajita de pastillas blancas y azules, y me la tira al brazo, con pésima puntería. Me sorprende que haya cedido.
—Dale dos de esas— dice, mientras da vueltas entre sus dedos a la cremallera de su chaqueta— Ayudará a depurar lo que haya quedado del líquido de prueba.
La recojo como si me fuera la vida en ello. Mitchie es la única que me importa aquí. No puede morirse.
Abro la cajita y saco dos pastillas. Una se me cae y se rompe. Lanzo una maldición. La tiro hacia un lado con el pie y saco otra.
Mitchie no responde. Esta flácida en mis brazos. Le abro con cuidado la boca y le meto las pastillas. Le muevo la mandíbula y le obligo a tragar. Ella abre un poco los ojos. A través de sus oscuras pestañas, veo que sus pupilas han vuelto a su tamaño normal. Suspiro aliviada, y la dejo en el suelo.
Me levanto para devolverle las pastillas a Marcus, y veo que la mayoría de los muchachos de la sala están igual que Mitchie. Fríos, inmóviles. Marcus esta borrando otros dos nombres, y no me ha visto. Aprovecho para meterles en la boca a los jóvenes más cercanos otras dos pastillas. Ellos parecen estar mejor que Mitchie, porque son capaces de tragar solos. Se empiezan a incorporar. La medicina de Marcus realmente funciona. Pero Mitchie sigue sin levantarse.
Le devuelvo rápidamente las pastillas a Marcus, que las acepta sin decir una palabra, y vuelvo al lado de Mitchie. Parece estar un poco mejor.
Suspiro aliviada de nuevo.
Ella parece reaccionar al ligero sonido que he emitido, y abre los ojos. Nos miramos y la abrazo. Creo que las dos estamos llorando.
—Creía que ibas a morir... — le digo temblorosa, apartándole un mechón de castaño pelo de los ojos.
Ella me mira con ojos vidriosos.
—No creo que haya faltado mucho— dice, con voz débil.
La vuelvo a abrazar y le sonrío aliviada.
—Pues claro que te he salvado— digo, burlona— ¿Con quién iba a hablar estas semanas si no estabas tú?
Ella me mira sonriendo. Me encanta como sonríe; se le forman dos pequeños hoyuelos en las mejillas, y le devuelve un poco su aspecto de antes.
—Seguro que ha sido por eso— dice risueña.
Le ayudo a incorporarse, y nos quedamos sentadas una al lado de la otra, como cuando éramos más pequeñas. Mitchie es como una hermana más para mí, al igual que las otras. En la pizarra quedan solo dieciocho nombres.
Dieciocho…
¿Eso significa que han muerto siete el primer día?
“Vamos bien, entonces” pienso irónica.
De repente recuerdo que el nombre de Mitchie podía haber desaparecido de esa pizarra también, y me pongo seria. Esto no es un juego.
A pesar de haber salido mucho mejor parada que Mitchie, tengo un terrible dolor de cabeza que no me lo quita nadie. Me palpita dolorosamente el cráneo; es como tener otro pequeño corazón latiendo en la cabeza.
Quedamos dieciocho.
Solo es el primer día, solo han pasado unas horas. ¿Cuantos más nos dejarán definitivamente durante en estas dos semanas?


Llevo sentada con Mitchie sin moverme alrededor de veinte minutos. No hablamos mucho; estamos demasiado exhaustas para ello.
Entonces sacan los cadáveres.
Tanto Mitchie como yo nos tapamos la boca, horrorizadas. Entonces me doy cuenta de lo poco preparadas para esto que estábamos en realidad. En el Refugio siempre nos habían tratado bien. Jamás habíamos visto un muerto entre sus paredes. Tal vez un par de narices rotas, o una pelea acabada en las manos. Pero esto...
Esto es asesinato. No se puede expresar con otra palabra.
Los cuerpos están colocados en una estrecha camilla y tienen un aspecto horrible. Sus pieles están azuladas, como el color del líquido que nos han inyectado. Los ojos, están abiertos y en blanco. Sigo hipnotizada la trayectoria de un cadáver en particular. Uno de sus brazos cuelga de su improvisada camilla. Allí, con el rostro vuelto hacia un lado y la piel de un color tan surrealista como la de los demás, está el chico delgaducho y alto que estaba conmigo. Su boca, abierta ligeramente, deja ver unos dientes largos.
Un fino hilillo de sangre se le escurre por la barbilla.
Se los llevan rápidamente, pero aún puedo ver el cuerpo de la pequeña Ellie una última vez. Veo un retazo de pelo rubio trenzado y atado con una finita cuerda azul antes de que desaparezcan de nuestras vidas para siempre.
Rezo una corta oración, dirigida a esos siete que han muerto hoy.
Y recuerdo que mañana mismo, yo podría estar en una de esas camillas, camino de un cementerio. O un vertedero.
Ya no estoy segura de poder sobrevivir a mi Periodo de Prueba. Y creo que Mitchie está pensando exactamente lo mismo. Tiene la misma expresión de horror que debo tener yo.
—Leia— me susurra.
Yo me inclino a su lado.
—Puede que no lo consigamos— dice, y se la ve realmente asustada.
¿Mitchie? ¿Asustada? Esto tiene que ser una pesadilla. Ella nunca nos había dejado entrever su miedo. Ella no le temía a nada.
Le cojo las manos. Ya no están tan alarmantemente frías; su temperatura va subiendo poco a  poco.
—Oh, Mitchie— susurro— No digas eso. Nosotras lo lograremos. Pasaremos nuestro Periodo de Prueba y tendremos un ángel guardián. Como Bethany. Nadie podrá siquiera pensar en hacernos daño entonces.
Ella asiente con la mirada perdida.
—Sí, como Beth… — dice, pensativa— ¿Sabes? A veces la oigo gritar por la noche, en sueños.
Yo esbozo una tensa sonrisa.
—Lo sé— respondo— Duermo con ella.
Mitchie lanza una risita.
—Oh. Mierda, es cierto. Lo había olvidado. No sé en qué estaba pensando— dice frotándose la frente.
Ambas nos reímos por primera vez en ese día. Es una sensación extraña, después de estar sumidas a tanta presión. Me gusta. Sienta bien olvidarlo todo. Olvidar que estaremos encarceladas durante dos semanas, que quizá no volvamos a ver el sol más, o que probablemente muramos en el intento.
Sacudo la cabeza intentando apartar esos pensamientos. No puedo permitirme pensar así si quiero sobrevivir.
Marcus se levanta del suelo y empieza a hablar a voz en grito, sobresaltándonos a todos.
—Bien— dice— Sois los dieciocho que habéis sobrevivido a la prueba mental de hoy. No podéis alegraros todavía— sigue hablando— Cada tres días tendréis otra prueba como esta, y muchos de vosotros caeréis definitivamente.
Mi cabeza da vueltas. ¿Otra hora infernal, en aquella sala? ¿Cada tres días? No iba a poder aguantar tanto. El único consuelo que podía hallar, era que volvería a hablar con Mer. Necesitaba hablar de un tema urgente con ella. Mientras mi cabeza procesaba esa nueva información, Marcus mencionaba los nombres de los que habían sobrevivido a la primera prueba. Oigo vagamente alguno de ellos: Theresa Bell, John Steven, Kassandra Johnson… También oigo los nuestros: Mitchie Windsound y Leia Sunshine.
Cuando acaba se coloca en el centro de la habitación.
—Esta tarde íbamos a hacer un ejercicio de resistencia física, pero por problemas que no os incumben… —dice esto dejando que cualquier pregunta sería muy mal bienvenida —… no podremos realizar. Así que ahora procederemos a asignar vuestras habitaciones y  después podréis bajar a comer. Esta tarde tendréis tiempo libre. Os aconsejo que lo aprovechéis bien.
Dicho esto, se aparta y vuelve a la pared en la que estaba apoyado antes. Introduce una mano en el bolsillo y saca una lista enrollada, que cuelga de un clavo en la pared.
—Tenéis indicaciones en el plano— señala, y se va, dejándonos solos.
Soy de las primeras en reaccionar. Antes de que ninguno se dé cuenta, yo ya he cruzado la habitación y estoy enfrente de la lista. Busco rápidamente mi nombre, pero encuentro el de Mitchie primero.
Estamos juntas. Y con otra chica que se llama Kassandra. He oído su nombre antes. Miro rápidamente el plano de debajo y me aparto rápidamente del cartel, para que los demás puedan ver.
Agarró del brazo de Mitchie y la arrastro a la salida. Le cuento que estamos juntas y donde debemos ir para encontrar la habitación.
Recorremos pasillos interminables y por causa de algún milagro sobrenatural conseguimos llegar a nuestra habitación.
Efectivamente, en la tosca puerta de madera, están talladas nuestras iniciales: L.S, M.W, K.J. Entramos.
Es un poco más grande que la habitación que compartía con Beth. Antigua y con aspecto de haber sido usada durante muchos años. Las colchas son grises y huelen a detergente. Encima de cada cama hay un paquete con ropa, y poco más. La pequeña habitación tiene además un cuartito de baño con justo lo necesario: retrete, ducha y lavabo.
Me tumbo en la cama junto a Mitchie, y observo lo que será mi hogar-prisión durante dos eternas semanas.
Creo que en esa habitación puede pasar una parte importante de mi vida. Puede que cuando abandone para siempre esta habitación, salga con un ángel guardián a mis espaldas.
O puede que no.

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