domingo, 8 de febrero de 2015

Capitulo 3 ´"Angel Guardián"

Os dejamos el tercer capítulo del libro "El ángel guardián" de SOnia Pozo. Como sabés, hace poco nos enteramos que se convirtió en ganadora de los Premio Watty en la categoria ciencia ficción-fantasía con esta novela.
Animaos y seguid leyendo. ¡Cada vez está más interesante! 




CAPÍTULO 3 

Estoy tumbada bocarriba en la cama de abajo de mi litera, mirando el mugriento techo de mi cuarto. Hay una gran telaraña encima del candelabro usado que nos hace de lámpara, y da la única iluminación de la sala. Aunque parece haber sido limpiado minuciosamente, todavía se nota el efecto del paso del tiempo y el uso que ha afectado a esta habitación. Una de las paredes tiene un agujero en el que cabría mi dedo meñique sin problemas. En pocas palabras, creo que prefería mi otra habitación, la que compartía con Bethany. Era algo más pequeña que esta, pero por lo menos siempre estaba limpia y bien cuidada. Todavía no hay ni rastro de Kassandra, y Mitchie está en el cuartucho de baño duchándose. Yo estoy tumbada a lo ancho en vez de a lo largo, con las piernas en la pared y la cabeza asomando por el borde, con mi cabello barriendo el suelo, absorta en mis macabros pensamientos sobre lo que serán estas dos semanas.

De repente oigo un grito procedente del cuarto de baño, y me levanto de un salto, golpeándome la cabeza con la dura barra de hierro de la litera.
Maldigo a altas voces. Seguro que mañana se habrá hinchado. Corro al cuarto de baño, haciendo caso omiso del dolor punzante de mi cabeza. Me acerco a la puerta, y dejo mi cabeza asomarse un poco. Veo a Mitchie tiritando, y tapándose con la toalla sin perder segundo. Tiene el ceño fruncido profundamente.
Alzo una ceja, confusa.
—¿Qué ha pasado?— pregunto— He oído los gritos desde la litera.
Mitchie me mira malhumorada.
—¡Es esta estúpida ducha!— exclama ella— Me estaba dando una ducha caliente…
—No me digas más— añado yo, sonriendo de medio lado— Y entonces el agua se tornó fría de pronto.
Ella asiente indignada.
Yo me llevo la mano a la boca para tratar de ocultar una gran carcajada. No lo consigo.
—¿Y tú de qué te ríes?— pregunta Mitchie haciendo una mueca.
Me acerco a ella y le doy un golpecito amistoso en el hombro.
—Me río de ti, tonta— añado haciéndole burla— Con amor. Anda que no saberlo…
Ella me devuelve el golpe y me abraza por detrás, mojándome toda la espalda.
—¡Oye!— exclamo divertida— ¡No deberías haber hecho eso!
Me acerco al lavabo y lleno mis manos con agua. Ella intenta retroceder diciendo: “¡No, Leia, no lo hagas!” Y entonces le tiro el agua helada entre la toalla y la espalda.
Ella suelta una exclamación ahogada y dice:
—¡Ah, Leia, frío!— dice, y corre también al lavabo— ¡Esta me la pagas!
Salgo corriendo del baño, pero ella me sigue de cerca. Siento una explosión de agua helada en la nuca y grito, divertida.
Entre salpicón y salpicón pasan los minutos, y nosotras no nos cansamos. Entonces alguien abre la puerta, y nosotras nos quedamos congeladas donde estamos, caladas hasta los huesos como estamos, y sin saber qué decir. Es Kassandra. Genial. Ahora pensará que estamos tenemos algún problema psicológico.
Mitchie y yo nos miramos unos segundos, y entonces ella avanza hacia Kassandra, con una gran sonrisa y la mano extendida.
—Hola— dice, poniendo voz de niña que no ha roto un plato en su vida— Soy Mitchie Windsound. Encantada.
Kassandra parece impresionada, y nos mira a las dos con una sonrisa medio cohibida. Al final, acepta la mano de Mitchie y dice:
—Hola, soy Kassandra, pero prefiero Kass— dice, con un gesto extraño— Creo que será mejor que limpiéis este desastre pronto.
Mitchie alza una ceja. La conozco, estoy segura de que ha tachado a Kass de aburrida, a pesar de haberla conocido desde hace unos pocos segundos.
—¿Y eso porqué, si puede saberse?— pregunta Mitchie. Su voz suena fría de pronto.
Kass se retuerce nerviosamente un mechón de pelo oscuro, y se muerde el labio. Me recuerda a alguien, pero ahora no podría decir a quién. Ella mira hacia atrás, por encima de su hombro, hacia la puerta.
—Es Marcus— dice— Cuando os fuisteis él volvió a la sala y dijo que pasaría por cada habitación, revisando que todo estaba bien y entregando los horarios.
Kass se gira y saca la cabeza por la puerta, asomándose ligeramente al pasillo, donde se oye un barullo incesante. Se vuelve y nos mira frunciendo el ceño.
—De hecho, — dice— ya viene.
Mitchie y yo miramos el suelo mojado, luego a nosotras mismas, y finalmente cruzamos una mirada de horror. Como Marcus vea este estropicio, vamos a tener problemas.
Mitchie es la primera en reaccionar. De una sola vez coge a Kass de la muñeca y la obliga a entrar a la habitación prácticamente a tirones. La chica se sorprende por la fuerza de mi amiga, y tropieza al entrar. Mitchie rápidamente cierra la puerta por donde Kassandra ha entrado y se apoya en ella.
Unos pocos segundos después se oyen unos gritos en el pasillo,  a alguien aporreando nuestra puerta.
—¡Habitación ocho!— dice la grave voz de Marcus.
Bajo la vista a la llave de color dorado que tengo en la mano. Un reluciente ocho negro brilla en la mitad.  Miro a las otras, que me observan inquietas.
—Sí, nos dice a nosotras— digo.
Entonces Mitchie toma una decisión en una milésima de segundo.
—¡Danos un segundo!— dice, poniendo voz de niña engreída— ¡Nos estamos cambiando!
Al otro lado de la puerta se oyen unas claras maldiciones irritadas que suenan muy como: “Niñas estúpidas”
—Está bien— dice Marcus, a regañadientes— ¡Os doy dos minutos!
Se oyen pasos alejándose, y unos pocos segundos después, golpes en la puerta contigua a la nuestra.
Nosotras reaccionamos como activadas por un resorte. Kassandra entra al baño a por toallas secas, Mitchie cierra el grifo del lavabo, que seguía abierto y entra a cambiarse rápidamente, tirando la toalla húmeda, al pequeño cubo de la ropa sucia, mientras yo trato de secar el suelo con mi propia sudadera. Ya la lavaré luego.
Kass sale del baño escondida detrás de una torre de toallas, que probablemente sean las necesarias para esta primera semana. Ya arreglaremos ese problema luego. Tenemos cosas más importantes en las que pensar.
Unos minutos después nosotras seguimos frotando concienzudamente el vasto suelo de madera, con Kass a mi lado y Mitchie todavía en el baño. Observando detenidamente veo porque me parecía ligeramente conocida Kassandra. Tiene su misma tez color café, los mismos ojos, y la misma expresión inocente que ella. Cuanto he tardado en darme cuenta. No ha sido hasta que ha estado arrodillada junto a mí, exactamente en la misma posición que ella.
Chloe.
Su recuerdo me atraviesa como un cuchillo, dolorosamente. Chloe había formado parte de mi grupo de amigas. Solíamos ser cinco. Ella era de la misma edad que Bethany, aunque no tuvo la misma suerte que ella. Chloe murió en su Periodo de Prueba.
Recuerdo haber estado parada en frente de la sala por la que saldrían los ya Asignados, con un ángel guardián a sus espaldas, a mi lado Mitchie y Ainhoa, igual de nerviosas que yo. Recuerdo ver a Beth y sentir un alivio infinito. Empecé a preocuparme cuando Chloe no salió. Beth nos lo dijo. Que Chloe no lo había logrado. Entonces llegaron las lágrimas.
Aparto ese recuerdo de mi mente rápidamente. Chloe está muerta, Ya no se puede hacer nada por ella. Aun así, Kass sigue recordándome mucho a ella. Quizá se conocieran. Me siento con las piernas cruzadas, mirándola a la cara. Sí, estoy segura. Es clavada a ella.
Kass, viéndome mirarla, se para y me mira.
—¿Qué pasa?— pregunta nerviosamente— ¿Soy yo? ¿He hecho algo malo?
Me lo pienso antes de responder.
—No, no…— digo, distraída— Solo es que me recuerdas mucho a alguien…
Sus hombros se relajan visiblemente.
—… ¿No conocerías por casualidad, a una chica, dos años mayor que yo, llamada Chloe, verdad? Ella murió el año pasado.
El trapo que ella estaba sosteniendo cae al suelo.
—¿Si la conocía?— dice con voz temblorosa— Claro que la conocía. Chloe Johnson era mi hermana.


Pasamos unos tensos instantes mirándonos la una a la otra, sin saber que decir. Miro sus ojos enrojecidos y me muerdo un labio. Si es que siempre tengo que meterme donde no me llaman. Estoy a punto de murmurar una disculpa, pero la puerta del baño se abre, interrumpiendo mi inexistente excusa y Mitchie elige ese momento preciso para salir silbando. Ella ya esta vestida, el pelo seco cayéndole por la espalda en una cascada de rizos color chocolate. Nos mira a ambas un instante, y sé que se ha dado cuenta de que algo no iba bien.
No soporto la tensión entre nosotras.
Me levanto de un salto, recojo las primeras prendas de ropa que veo en mi cama y me encierro en el baño. Noto la penetrante mirada de Kassandra clavada en mi nuca, pero en ningún momento vuelvo la vista atrás, ya que no creo ser capaz de soportar su mirada, hasta que la vasta puerta de madera del baño nos corta el contacto visual.
Una vez me he asegurado de que está bien cerrada, me siento contra la pared, con las piernas por delante, y apoyo la cabeza en las frías baldosas del baño. Quiero llorar, pero no vienen a mí las lágrimas. Quiero llorar por Chloe, porque ella no se merecía lo que le pasó. Eso es solo un recordatorio más de que esto no es un juego. Nunca lo ha sido.
Me levanto del suelo y me desvisto rápidamente, el aire helado me congela los huesos. Me meto a la ducha y pongo el agua más caliente que soy capaz de soportar. Es un cambio agradable del frío de fuera al calor de la ducha. Dejo que con el agua que corre por mi cuerpo, fluyan mis pensamientos. Trato de despejarme la mente, frotándome las sienes.
Cuando creo que me he tranquilizado lo suficiente, apago el grifo y me envuelvo en una de las últimas toallas que quedan limpias. No sé que ha sido de los dos minutos de Marcus. La verdad, me da igual. Por las paredes caen pequeñas gotas de agua, allí por donde ha salpicado. El espejo está totalmente empañado, lo que hace imposible que pueda verme.
Dibujo su nombre con grandes letras en el espejo, dejando un surco con mis dedos. Chloe. Como la echo de menos.
Suspiro, y me visto rápido con las sosas prendas oscuras de mi bolsa de tela. Hago una mueca. Me hago una coleta alta con el oscuro pelo empapado cayéndome rebelde por la espalda.
Cuando estoy lo bastante preparada para afrontar la mirada de Kass, abro la puerta de un tirón y salgo. Mitchie y Kass están sentadas en la única cama libre, charlando animadamente. Doy gracias a Mitchie en silencio por no hacer que tuviera forzar conversación con Kass. Además, es probable que Kass ahora me odie.
Me siento al lado de Mitchie, pasando las piernas entre las barras de metal. Capto fragmentos aislados de la conversación, pero en cuanto abro la boca para hablar se oyen golpes furiosos en la puerta.
Debe de ser Marcus, que ha vuelto.
Sus dos minutos se han alargado un tanto. Como treinta minutos de más. Me levanto impulsándome con la escalera de la litera y voy hacia la puerta. Tengo que correr los dos cerrojos de oxidado metal que Mitchie ha puesto.
Efectivamente, es Marcus.
No parece estar de muy buen humor. Pensándolo bien, nunca lo está.
Entra como una exhalación a nuestra habitación, como si fuera la suya propia. Se coloca en medio de la vieja alfombra. Hay que ver qué manía de estar en medio de todo tiene.
Nos observa detenidamente, su mirada pasa de una a otra. Le sostengo la mirada. Me recuerda un poco a cuando estábamos en aquellas filas, esperando a ser nombrados. Parece que fue hace mil años, aunque solo fue hace unas pocas horas. Me estremezco un tanto al recordarlo.
—Bien— dice— Miembros de la habitación ocho.
Nos habla como si fuéramos soldados rebeldes a los que hay que dar órdenes. Ahogo una sonrisa.
—Como ya sabéis— comienza Marcus— Estáis en vuestro Periodo de Prueba. Aquí las reglas son estrictas. No se permite ni la más mínima infracción— me mira a mí en esta última frase. Lo que faltaba.— Los horarios son imprescindibles. Se os entregará a cada habitación dos planos y un horario, que deberéis cumplir rigurosamente. Nos vemos a las siete de mañana, niñas.
Mitchie abre la boca para protestar acerca de lo último, pero Marcus ya se ha ido, dejando a mi amiga con la queja en la boca. Tres papeles yacen en la pequeña mesita de noche.
Dos son los plano, como ha dicho, en los que se marcan una parte desconocida del lugar donde yo había vivido durante años. Es enorme, teniendo cuenta el recinto en el que he estado viviendo yo. Tiene pasillos enrevesados, pasadizos sin salida, e infinitas salas de entrenamiento. También hay un comedor, y otras salas públicas.
El otro es un horario. Lo cojo y le echo una ojeada por encima. Alzo una ceja. Madre mía. Menudo horario. Las otras miran mi cara de asombro, la curiosidad plasmada en su rostro. Agito el horario delante de ellas.
—Menuda semana nos espera— digo, ofreciéndoselo para que lo lean.
Kass empieza a leerlo en voz alta.
LUNES:
6:30- Despertar
7:00-Desayuno
7:30- Aseo
8:00- Entrenamiento (Físico)
14:00- Comida
14:30- Descanso
16:00- Entrenamiento (Físico)
21:00- Aseo
22:00- Cena
23:00- Reposo
El horario se repite sucesivamente todos los días, excepto que los miércoles, viernes y domingos uno de los entrenamientos físicos se cambiaba por prueba mental, y los domingos tenemos el día sin restricciones; ese día podremos hacer lo que queramos.
Madre mía.
Socorro.
Cuando Kass termina de leer, las tres tenemos la misma cara de horror. Si no morimos en las pruebas mentales, lo haremos en el entrenamiento. Dios… No voy a poder con eso.
Mitchie es la primera en reaccionar, mirando su reloj.
—Son las dos menos cuarto— dice— ¿Creéis que tendremos que ir hoy también siguiendo el horario?
Yo asiento.
—Supongo que sí— murmuro.
Kass me pone una mano en el hombro, y yo la miro sorprendida.
—Estoy de acuerdo con Leia— afirma Kassandra— Será mejor que nos vayamos ya, no me creo capaz de encontrar el comedor fácilmente— dice soltando una risita.
Antes de salir, Mitchie coge el plano y las llaves. Entonces yo me acuerdo de algo.
—Ir yendo— les digo, al ver que me esperan en la puerta— No os preocupéis, cogeré el otro plano y nos veremos allí en unos minutos.
Ellas se encogen de hombros y salen de la habitación, dejándome sola. Cuando me aseguro de que se han ido, rebusco en los bolsillos de mi sudadera sucia. Ahí está. Mi inseparable navajita.
La cojo y me dirijo a la puerta, donde están talladas nuestras iniciales.
Junto la L.S empiezo a dibujar otras dos letras más.
C.J
Algo del vacío que siento en mi interior se llena, casi imperceptiblemente.
Devuelvo la navajita a su sitio, y cojo el plano.
Salgo de mi habitación, echando una última mirada atrás.
Las nuevas iniciales talladas brillan en la pared por el reflejo de la luz.
Me detengo un instante observándolas, y echo a andar por el pasillo.

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