martes, 24 de febrero de 2015

El Ángel Guardián - Capitulo 5

Os dejamos el capítulo 5 del libro "El Ángel Guardián". Como ya sabéis es la primera novela de Sonia Pozo, alumna del Colegio Salesianos Los Boscos 

¡DISFRUTAD!


La sala queda en silencio.
Pero de repente, como si se hubiera activado un interruptor, el sonido vuelve a la habitación.
El ruido de sillas arrastrándose y de adolescentes que echan a correr a gritos hacia sus habitaciones inunda toda la sala. Mitchie y yo nos levantamos de un salto y echamos a correr a paso ligero detrás de los demás, con Kalie pisándonos los talones. Ella se detiene en la puerta anterior a la nuestra, toca en la frágil madera con los nudillos y nos da una última sonrisa antes de que doblemos la esquina y la perdamos de vista.



Nos detenemos frente a nuestra puerta y observo las letras talladas en la placa gastada, mientras Mitchie rebusca frenéticamente en sus bolsillos hasta encontrar la llave. La saca del bolsillo trasero de sus pantalones, y me la muestra, orgullosa. Me la tira al pecho, la atrapo al vuelo, y la introduzco en la cerradura. Los ojos de Mitchie vuelan hacia las nuevas letras talladas rústicamente en la puerta. Alza una ceja, y parece comprender. Dibuja el contorno de las letras con un dedo.
—¿Es...?— pregunta ella, dudosa.
—Sí— respondo firmemente. No añado nada más, y sé que lo entiende.
Mitchie las observa unos instantes sin decir palabra.
—¿Para esto te quedaste antes?— pregunta, con el rostro lo más neutro posible, mientras se muerde el labio y acaricia el rayo rodeado por un círculo que muestra su collar. El collar que le dimos. 
Yo asiento con la cabeza, termino de dar la vuelta a la llave en la cerradura, y la puerta se abre con un chasquido.
Las luces de dentro están apagadas, y todo está tal y como estaba antes de irnos. Mitchie se pone de puntillas para alcanzar el interruptor de la luz. Lo acciona y las luces tenues aportan un poco de claridad a la habitación.
Kassandra todavía no ha llegado. Seguro que está en la habitación de sus amigos nuevos. Bueno, si de mí depende, puede quedarse allí todo el tiempo que quiera.
Una sonrisa malvada aparece en el rostro de Mitchie, y sin preguntar nada, sé que se le ha ocurrido algo.
Toma la llave de mi cama, y se encamina a la puerta, pero antes de hacer nada me mira como pidiendo mi consentimiento. Entonces adivino que es lo que va a hacer.
Sonrío y asiento.
Ella sigue sonriendo cuando mete la llave en la cerradura y le da dos vueltas. Luego la quita y me la vuelve a dar.
—Kass te va a matar— comento, sonriendo.
Mitchie se encoje de hombros, indiferente.
—Que lo intente— responde ella.
Nos cambiamos de ropa, y nos ponemos lo más formal que logramos encontrar. Aunque la verdad, aquí no hay mucho para elegir. Me deshago la coleta y me cepillo el pelo para que caiga suelto por la espalda, como siempre lo ha hecho. No hay forma de que parezca arreglado. Suspiro, y obsrvo a mi amiga de reojo, haciéndose un recogido precioso. Siempre he querido tener sus manos. Y su pelo. Lo comparo con el mío. Una encrespada maraña de pelo ondulado y rebelde negro, contra una preciosa cascada de suave pelo del color del chocolate.
Cuando apenas quedan cinco minutos para que nos tengamos que marchar, llaman a la puerta. Mitchie y yo intercambiamos miradas cómplices, y seguimos preparándonos sin hacer ruido. Luego nos tumbamos en la cama.
Siguen llamando a la puerta, más insistente e impacientemente.
Hacemos sufrir a Kassandra dos largos minutos más, hasta que da la hora de irse. Entonces Mitchie se acerca al baño, y abre y cierra la puerta de un portazo. Cogemos las llaves y abrimos.
Kass está sentada en la pared de enfrenten en el pasillo, con las piernas extendidas por delante. En su rostro se refleja una expresión de ira al vernos, pero el gesto cambia por una sonrisa algo molesta en cuanto dirigimos la vista a ella. Creo que piensa que no hemos visto su cara.
Kass se levanta de un salto, y pone un pie en la puerta para evitar que se cierre. Luego se da la vuelta y nos mira.
—Pensé que no estabais dentro— dice, con voz calmada— He estado llamando, y no me ha contestado nadie.
Mitchie y yo intercambiamos miradas de fingida curiosidad.
—Estábamos en el baño.
—¿Las dos juntas?
—Por supuesto que sí. En realidad nos gustamos. ¿A que sí, Leia?
—Pensaba que era un secreto— digo, siguiéndole el juego y haciendo un gesto de fingida sorpresa  con la mano. Ella suelta una risita.
—Y de todas formas, solo estábamos cambiándonos— dice Mitchie, parpadeando inocentemente— No te hemos oído, ¿Verdad que no, Leia?
Yo niego con la cabeza.
—No, no te hemos oído— respondo yo, con las manos en la espalda— Será por el ruido que hace el agua del grifo.
Kass nos examina de arriba a abajo.
—Pues yo no os veo mojadas— dice, alzando una ceja.
Me río por dentro.
—Hombre, claro que no— dice Mitchie— Eso es porque nos hemos secado. Por cierto, supongo que te tendrás que cambiar, y duchar, o algo, y quedan unos minutos para la hora de Marcus.
Kass mira alarmada su reloj.
—¡Mierda!— dice— ¡Es verdad!
Con esas palabras le quita de las manos a Mitchie las llaves, que había estado sosteniéndolas frente a mi cara para que las cogiera yo y me aparta de un empujón. Mitchie la observa entrar a la habitación.
Kassandra cierra la puerta de un portazo.
Mitchie y yo sonreímos, saboreando la expresión en el rostro de Kass. No tiene precio.
Mitchie me coge del brazo y echamos a andar hacia la sala de reuniones, hablando sin parar. Acaricio con dos dedos mi collar en forma de estrella de cinco puntas y pienso que a Chloe le habría gustado la broma.

Esta vez tardamos poco tiempo en encontrar la sala de reuniones. Uno, porque ya hemos estado allí, y dos, porque Mitchie me ha hecho repasar concienzudamente el mapa antes de salir.
Andamos a paso ligero, casi corremos, puesto que nos estamos quedando sin tiempo. Si nosotras estamos llegando por los pelos, me imagino como llegará Kassandra. Recorremos largos corredores pobremente iluminados, y bajamos varios pisos antes de tomar el pasillo que nos dirigirá a la sala de reuniones.
El aire se torna húmedo conforme bajamos, y cuando llegamos al último piso, es difícil respirar.
En la esquina antes de llegar a la sala nos espera Kalie, sus ojos azules pareciendo casi transparentes por la tenue iluminación. Se le ilumina la cara al vernos, y corre a nuestro encuentro como una niña pequeña. Es demasiado inocente.
Llega hasta nosotras, sonriendo como de costumbre, y se retira un mechón de flequillo rubio de la cara con una mano, impacientemente.
—¿Dónde estabais?— pregunta, soltando todo el aire— Ha llegado casi todo el mundo. Faltáis vosotras, Kassandra y otro chico.
Kalie mira las escaleras, por donde baja corriendo un muchacho de cabello oscuro y ojos verdes, y pasa a nuestro lado como una exhalación, dejándonos atrás en seguida, y perdiéndose dentro de la sala, donde reina un gran jaleo.
Kalie se vuelve de nuevo hacia nosotras.
—Pues ahora solo vosotras y Kassandra— dice, suspirando— ¿La habéis visto? Bueno, da igual, será mejor que entremos ya.
Mitchie y yo nos lanzamos una mirada cómplice, y decidimos sin intercambiar ni una sola palabra contarle donde estaba Kass y porque, a Kalie, que nos espera impaciente dando golpes con el pie en el suelo. Nosotras echamos a andar detrás de ella, y enseguida la alcanzamos.
La sala esta tal y como yo la recordaba. Techo alto, habitación alumbrada pobremente, parece ser que aquí la iluminación no es su punto fuerte, y suelo irregular de piedra, al igual que las paredes.
Nos deslizamos contra el suelo de una de las paredes, procuro no elegir en la que me pareció que Mitchie iba a dejarme sola, como Chloe, y nos sentamos en un círculo, con las piernas cruzadas.
—¿No le íbamos a decir algo a Kalie, Leia? — pregunta Mitchie, alzando una ceja.
Kalie da un bote, sobresaltada. Seguramente piensa que ya nos hemos hartado de ella, o algo así. La gente como ella, es muy predecible.
—Eehh... —digo, recordando— ¡Ah, sí!
Mitchie sonríe de medio lado, lo que solo sirve para que Kalie tense los hombros. Hay que admitir que la sonrisa de Mitchie tiene una pinta extraña, promete problemas. Pero no son para Kalie.
Mi amiga le cuenta toda la historia solo haciendo pausas para tomar aire, gesticulando y riendo.
Cuando terminamos, Kalie se tapa la boca con la mano.
—Oh, moriría por poder haber visto su expresión— dice, sonriendo.
—Te lo aseguro, fue tremenda— digo conteniendo la risa— Trató de ocultar su "ligera" molestia, pero no le salió bien. Nos cerró la puerta de un portazo en la cara.
Ella se vuelve a reír.
—¿Y qué os dijo?— pregunta Kalie, curiosa.
Mitchie sonríe.
—La verdad es que no dijo mucho, pero por su cara creo que le habría gustado pegarnos. Quizá con un bate.
Las tres nos reímos, y lo que quedaba de tensión en la espalda de Kalie, desaparece por completo.
De repente, Kassandra hace su aparición por la puerta, corriendo, vestida con un pantalón de chándal y una camiseta ajustada, y el pelo cayendo por la espalda, chorreando, empapándole la camiseta.
Mitchie alza una ceja, y sigue con la mirada a Kass, quien ni siquiera nos mira, pasa a nuestro lado corriendo, y se sienta al lado de las chicas de antes. Yo me encojo de hombros.
—Mírala— dice Mitchie— Ahí está.
Kalie se da la vuelta y mira de reojo a Kassandra, que ya ha entablado conversación con esas chicas. Esta chica no pierde el tiempo.
Estamos un rato sentadas en la pared, sin hablar mucho. Hace tiempo que ha pasado la hora en la que habíamos quedado, pero no hay rastro de Marcus ni de ningún ángel. Quizá todo haya sido un truco para traernos hasta aquí.
Aquí todo es posible.
Pasan otros cinco minutos antes de que aparezca Marcus, que llega corriendo, sin aliento.
Su manía de llegar tarde a todos los sitios es desquiciante.
—¡Poneos de pie!— exclama Marcus, de muy malos modos— ¿Qué hacéis ahí repantingados? ¿Os parece eso una forma de conocer a vuestros superiores? Maldita sea vuestra ignorancia.
Nosotras nos ponemos de pie de un bote, y vemos que la mayoría de las personas de la habitación hacen lo mismo. Kassandra, en cambio, se levanta despacio, sin prisa, del suelo. Una expresión de ira se posa en el rostro de Marcus, y fija la vista en Kass, que al ver la mirada amenazante de Marcus, termina de levantarse rápidamente, con una expresión asustada. No es muy lista, pero tampoco es tan tonta como para ponerse en el camino de Marcus. Bueno, pues eso demuestra que es un poco más espabilada que yo. Todavía recuerdo la mirada penetrante y furiosa de Marcus en el comedor.
Marcus nos hace colocarnos en dos filas, los más bajitos delante, y los más altos atrás. Al final acabo en un lateral de la fila de delante, con Kalie a un lado y otro chico que no conozco al otro.
Cuando nuestro instructor se ha asegurado de que ya no puede hacer más, da un toque a uno de los guardias que bloquean la puerta para que la abra. Los guardias no se hacen rogar ni un segundo, lo que parece animar un poco el estado de ánimo de Marcus.
Pienso, y no es probable que esté equivocada, que Marcus ama darnos órdenes. ¿Se siente importante? ¿Quizá respetado? Pues lo único que está consiguiendo es que todos los Aspirantes lo odiemos a más no poder. Bueno, por lo menos, en mi caso, aunque no creo que los demás piensen de forma diferente. Me inclino un poco hacia delante, y veo las caras de todos los Aspirantes. Hay de todo, desde rostros neutros, pasando por cautelosos, hasta aterrados. Marcus se da la vuelta, desviando la atención de los guardias, y me mira.
—Tú— dice, de malos modos— Échate para atrás, ¿qué estas mirando?— pregunta, mirándome directamente. Obedezco, molesta con él y conmigo misma, por ser tan susceptible a las órdenes.
El guardia termina de abrir la puerta, y esta se abre con un chasquido.
En el umbral solo hay una persona, con un aspecto totalmente normal. Bueno quizá un poco más alto que una persona normal, y bastante más fuerte. ¿Y ya está? ¿Eso es un ángel? ¿No se suponía que debería tener... no sé, alas?
El hombre se aparta de la puerta, y al instante empieza a entrar más personas. Todas andan con paso uniforme, vestidas de forma diferente cada una.
Cuento diez personas, todos hombres.
¿Y eso porque? ¿No creen que las mujeres seamos capaces de proteger a un humano? ¿Creen acaso que las mujeres son más débiles que los hombres? Porque eso no tiene ni pizca de verdad. Las mujeres podemos ser tan fuertes o más que los hombres. Eso es discriminación.
Ningún hombre me llama la atención. ¿Esos son ángeles? Toda la vida entrenando para finalmente ser Asignada a uno de ellos… No sé, me esperaba algo más... espectacular. Es decir, son ángeles.
Todos ellos son altos, su tez es muy pálida, y no parecen ser muy diferentes a cualquiera de nosotros. Quizá más altos que nosotros. Sí, definitivamente sí.
Mi mirada se pasea por todos ellos.
Veo unos ojos marrones, otros, color caramelo, pero no me quedo mirando a nadie. Ellos tampoco me prestan atención a nosotros. Oigo susurros a mi alrededor, provenientes de mis compañeros curiosos.
Sigo mirando distraídamente a todos los ángeles, que nos observan con los ojos entrecerrados. Entonces, mi mirada se cruza con otra, y ya no se despega de ahí. El portador de esos ojos azules me observa, pensativo. De, repente, me encuentro atrapada en aquel contacto visual con aquel ángel, incapaz de cortarlo.
Sacudo la cabeza, y me deshago de su hipnótica mirada.
Cuando vuelvo de nuevo la vista hacia el misterioso chico, él ya no me mira. Parece absorto en otra cosa.
Le observo mejor.
Mechones de desordenado cabello rubio se le rizan a la altura de la nuca, y le dan un aspecto casual, y a la vez arreglado. Si me lo hubiese cruzado en la calle jamás habría pensado que él era un ángel. Tendrá dos años más que yo, calculo.
Su rostro está cuidadosamente neutro, pero aún así, es guapísimo. Una ligera sonrisa asoma en su rostro, y me sonrojo un tanto. Si él supiera lo que estaba pensando...
¿Pero que estoy diciendo?
Él es un ángel guardián. Además, no me he pasado toda la vida evitando a los chicos para que venga un estúpido ángel a fastidiarlo todo.
Aparto la mirada, molesta.
No puedo permitirme estropearlo todo. No ahora. Ni por él.
Marcus me saca de mi violenta ensoñación.
—Bueno, pues estos son ángeles guardianes que puede que algún día os ganéis— dice, agitando una mano, como si todo eso fuera muy aburrido.
Marcus empieza a nombrarlos, y los ángeles se van adelantando al oír su nombre.
"Nathaniel" Un ángel se adelanta.
"Raphael" Otro se une al primero
"Gabriel" Otro ángel más da un paso para adelante.
"Castiel"
Es él. El ángel.
Este da un paso hacia delante, firme, y se sitúa al lado de sus compañeros.
Mitchie me da un empujón cariñoso en el hombro, me vuelvo, y ella me sonríe pícaramente. Creo que me ha visto observarle.
De todas formas, ¿sólo diez? ¿Sólo diez ángeles para dieciocho Iniciados? Marcus parece leer mi mirada.
—Estaréis viendo— comienza Marcus, regodeándose en nuestra propia cara— Que ellos son solo diez. ¿Sabéis que significa eso?— pregunta, con una terrorífica sonrisa— ¿Queréis que os lo diga?
¿Se cree qué somos estúpidos? Bueno, teniendo cuenta la expresión del chico que tengo al lado, probablemente sí.
—Pues significa—continua él— Que es probable que la mitad, si no más, de los que estáis aquí, moriréis antes de que se cumplan las dos semanas.
Se hace el silencio total en la sala.
El ángel alza una ceja, y sonríe de medio lado, divertido. Es evidente que no toma en serio a Marcus. Bueno, si yo fuera él, probablemente tampoco lo haría.
Pasamos como una hora y media escuchando el aburrido discurso de Marcus, sobre que si somos muy afortunados de contar con esta oportunidad, y cosas así. Oh, muy afortunados. Afortunados, o más bien obligados, por presentarse al Periodo de Prueba, donde es muy probable que acabemos en un ataúd antes de que acabe la semana. Oh, sí, súper afortunados.
Poco tiempo después, Marcus pide una demostración a los ángeles, y ellos se encogen de hombros.
¿Una demostración de qué?
Los ángeles se alinean en dos filas, paralelas a nosotros.
Después, uno a uno, van alzando lentamente la cabeza.
Y entonces lo veo.
Una fina sombra del color de las nubes en verano, parece desprendérseles de la espalda. Sus alas.
Ellos extienden sus grandes alas, impecablemente blancas, mientras nosotros observamos, hipnotizados. Me gustaría pasar las manos por esas suaves alas parecidas al algodón. Pero algo me dice que no sería buena idea. Le observo; él está con los ojos cerrados y una suave sonrisa en sus labios.
Es simplemente hermoso.
Pero antes de que me dé cuenta, todo ha acabado. Ellos vuelven a ocultar sus alas, y empiezan a salir por la puerta.
Él se vuelve antes de salir y le observo por última vez. Después se marchan, sin dejar rastro tras de sí, como si nunca hubiesen estado aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario